La Magia de Pablito
por Abuela Hilda
Prólogo
En un pequeño pueblo donde las calles de tierra se llenaban de polvo en verano y lodo en invierno, donde las casas modestas se apretujaban unas contra otras como buscando calor, vivía una familia que, aunque no tenía mucho en términos materiales, poseía algo mucho más valioso: un amor profundo, un trabajo honesto y una fe inquebrantable en los sueños.
Esta es la historia de Pablito, un niño cuyos ojos brillaban con la promesa del futuro, y de sus padres, cuyo sacrificio y dedicación pintaron el camino hacia esos sueños. Es una historia sobre magia, sí, pero no la magia de los trucos y las ilusiones, sino la magia verdadera que ocurre cuando el amor, el esfuerzo y la gratitud se encuentran.
Capítulo 1: La Familia del Zapatero
El taller de don Ramón se encontraba en la esquina de la calle principal del pueblo, un local pequeño pero impecablemente ordenado. El olor a cuero y betún de zapatos flotaba en el aire, mezclándose con el sonido rítmico del martillo golpeando suelas y tacones. Allí, día tras día, don Ramón trabajaba con una dedicación que rayaba en la devoción.
Don Ramón no era un hombre rico, pero era rico en principios. Cada zapato que pasaba por sus manos recibía el mismo cuidado meticuloso, sin importar si pertenecía al alcalde del pueblo o a la señora más humilde del mercado. Se levantaba cuando el gallo apenas comenzaba a cantar, encendía la lámpara de su taller y se ponía manos a la obra.
—Buenos días, mis queridos zapatos —solía decir con una sonrisa, como si los zapatos pudieran escucharlo—. Hoy volverán con sus dueños como nuevos.
Y cumplía su palabra. Cada puntada era perfecta, cada suela estaba firmemente pegada, cada tacón quedaba nivelado a la perfección. Su reputación se había extendido más allá de su pequeño pueblo. La gente viajaba desde poblaciones vecinas, a veces durante horas, solo para que don Ramón les arreglara sus zapatos favoritos.
—Don Ramón tiene manos de oro —decían las señoras en el mercado—. Cuando él arregla un zapato, es como si le devolviera el alma.
En la casa pequeña detrás del taller vivía la familia de don Ramón. Su esposa, doña Elena, era una mujer menuda pero de espíritu grande. Aunque no trabajaba fuera de casa, su labor era igualmente valiosa. Cada mañana, antes de que el sol saliera completamente, ella ya estaba despierta, preparando el desayuno para su esposo e hijo. Mantenía la casa impecable, cocinaba comidas deliciosas con los ingredientes más sencillos, y llenaba cada rincón del hogar con amor y calidez.
Y luego estaba Pablito, el tesoro de la familia. A sus ocho años, Pablito era un niño educado, respetuoso y estudioso. Tenía el cabello oscuro y despeinado de su padre, y los ojos dulces y expresivos de su madre. Pero más que sus rasgos físicos, lo que destacaba en Pablito era su bondad natural y su imaginación desbordante.
Cada día, después de la escuela, Pablito hacía sus tareas con diligencia. Solo después de terminar todos sus deberes escolares, se permitía un pequeño lujo: visitar el taller de su padre.
—Papá, ¿puedo sentarme aquí? —preguntaba siempre con educación, señalando el taburete de madera junto al banco de trabajo.
—Por supuesto, hijo —respondía don Ramón, sin levantar la vista de su trabajo, pero con una sonrisa en los labios—. Observa bien. Quizás algún día seas mi sucesor.
Pablito observaba con atención cómo las manos expertas de su padre transformaban zapatos gastados y rotos en calzado que parecía nuevo. Aprendía sobre diferentes tipos de cuero, sobre cómo medir y cortar las suelas, sobre la paciencia necesaria para hacer un trabajo bien hecho.
Pero en el fondo de su corazón, Pablito guardaba un sueño diferente, un sueño que le hacía cosquillas en el pecho cada vez que lo pensaba.
Capítulo 2: Un Sueño de Magia
Los domingos eran sagrados en la familia. Don Ramón cerraba su taller, y la familia pasaba el día completo juntos. Después del almuerzo, que siempre era especialmente delicioso gracias a los esfuerzos de doña Elena, los tres salían a pasear por el pueblo.
Caminaban por las calles tranquilas, saludaban a los vecinos, a veces compraban un helado si les alcanzaba el dinero, y simplemente disfrutaban de estar juntos. Para Pablito, esos domingos eran mágicos, no por ningún truco de ilusionismo, sino porque tenía toda la atención de sus padres.
Un domingo particular, mientras caminaban por la plaza del pueblo, se encontraron con un espectáculo inusual. Un mago ambulante había montado un pequeño escenario y estaba realizando trucos para un grupo de niños y adultos fascinados.
El mago, un hombre mayor con un bigote largo y un sombrero de copa brillante, sacaba pañuelos de colores de la nada, hacía desaparecer monedas y convertía bastones en flores. Pero el truco que dejó a Pablito sin aliento fue cuando sacó un conejo blanco de su sombrero vacío.
—¡Abracadabra! —exclamó el mago con voz profunda y misteriosa.
El conejo apareció de repente, sus orejas moviéndose curiosamente mientras la multitud aplaudía emocionada. Los ojos de Pablito se abrieron como platos, y su boca formó una perfecta “O” de asombro.
Desde ese momento, Pablito supo cuál era su verdadero sueño. No quería ser zapatero, aunque respetaba profundamente el oficio de su padre. Quería ser mago. Quería crear esa misma sensación de asombro y alegría que había sentido, quería ver los rostros de las personas iluminarse con sorpresa y felicidad.
Esa noche, durante la cena, Pablito reunió el valor para compartir su sueño.
—Papá, mamá —dijo tímidamente, moviendo nerviosamente los frijoles en su plato—. Yo… yo quiero ser mago cuando sea grande.
Don Ramón y doña Elena intercambiaron una mirada. Algunos padres podrían haber desechado el sueño como una fantasía infantil, o podrían haber insistido en que siguiera el oficio familiar. Pero don Ramón y doña Elena eran diferentes.
—Un mago, ¿eh? —dijo don Ramón, dejando su tenedor y mirando a su hijo con seriedad—. Eso requiere mucha práctica, mucha dedicación.
—Lo sé, papá —respondió Pablito rápidamente—. Estudiaré mucho, lo prometo.
Doña Elena se acercó y acarició el cabello de su hijo.
—Si ese es tu sueño, hijo, lo apoyaremos. Pero recuerda, en esta familia, primero vienen los estudios y las responsabilidades.
—Sí, mamá. Siempre haré primero mis tareas —prometió Pablito, sus ojos brillando de gratitud y emoción.
Y así, con el apoyo de sus padres, el sueño de Pablito comenzó a echar raíces.
Capítulo 3: La Tarea Especial
Varias semanas después de aquel domingo mágico, la señorita Margarita, la maestra de Pablito, anunció una tarea especial en clase.
—Queridos niños —dijo con su voz suave y cálida—, quiero que investiguen sobre diferentes oficios y profesiones. Piensen en lo que les gustaría ser cuando crezcan. Pueden elegir cualquier profesión: médico, maestro, carpintero, agricultor, lo que sea que les apasione.
La clase se llenó de murmullos emocionados mientras los niños discutían entre ellos qué profesión elegirían.
—Yo voy a investigar sobre ser piloto de avión —dijo Miguel, un niño que siempre miraba al cielo cuando pasaba algún avión.
—Yo quiero ser veterinaria —añadió Lucía, quien recogía perros y gatos callejeros para cuidarlos—. Para ayudar a los animales enfermos.
Pablito no necesitaba pensarlo. Sabía exactamente qué profesión investigaría. Levantó la mano con entusiasmo.
—Señorita Margarita, yo voy a investigar sobre ser mago.
Algunos niños se rieron, pero la señorita Margarita los silenció con una mirada firme.
—Pablito, esa es una elección maravillosa. La magia es un arte que requiere destreza, creatividad y mucha práctica. Estoy ansiosa por ver tu presentación.
Esa tarde, Pablito llegó a casa con una misión. Necesitaba aprender sobre magia, pero ¿cómo? No había internet en su casa, ni siquiera una computadora. La pequeña biblioteca del pueblo tenía muy pocos libros, y ninguno sobre magia.
Cuando le contó a sus padres sobre la tarea, ellos también se encontraron en un dilema. Querían apoyar a su hijo, pero los recursos eran limitados.
—No te preocupes, hijo —dijo don Ramón, poniéndole una mano en el hombro—. Ya se nos ocurrirá algo.
Capítulo 4: El Regalo Inesperado
Unos días después, don Ramón tenía que hacer un viaje a la ciudad vecina para comprar materiales para su taller: cuero de calidad, pegamento especial, y herramientas nuevas que necesitaba. La ciudad estaba a dos horas en autobús, pero el viaje valía la pena porque allí conseguía mejores precios y mayor variedad.
Mientras caminaba por las calles de la ciudad después de hacer sus compras en la tienda de materiales de zapatería, don Ramón pasó frente a una librería antigua. La tienda tenía un aspecto encantador, con ventanas grandes llenas de libros de todas las formas y tamaños. La pintura de la fachada estaba un poco descascarada, pero eso solo añadía a su encanto nostálgico.
Don Ramón estaba a punto de seguir caminando cuando algo en el escaparate capturó su atención. Allí, entre novelas viejas y libros de poesía, había un libro con una cubierta misteriosa. El título decía en letras doradas: “El Gran Libro de la Magia: Trucos e Ilusiones para Principiantes”.
El corazón de don Ramón dio un vuelco. Este podría ser el regalo perfecto para ayudar a Pablito con su tarea. Pero inmediatamente, la preocupación lo invadió. ¿Tendría suficiente dinero?
Con manos temblorosas, revisó sus bolsillos, contando cuidadosamente el dinero que le quedaba después de comprar todos los materiales para el taller. Había calculado exactamente cuánto necesitaba para el material y el pasaje de regreso, sin dejar mucho margen para extras.
Respiró profundo y entró a la librería. El interior olía a papel viejo y té de hierbas. Un señor anciano con lentes de lectura estaba detrás del mostrador, leyendo.
—Buenas tardes —saludó don Ramón cortésmente—. El libro de magia que tiene en la vitrina… ¿podría decirme cuánto cuesta?
El anciano librero se quitó los lentes y observó a don Ramón con ojos sabios que parecían ver más allá de la superficie.
—Ah, ese libro. Es una edición especial, bastante antigua. Normalmente costaría bastante, pero… —hizo una pausa, como considerando algo—. Veo que usted es un trabajador honesto. ¿Para quién es el libro?
—Para mi hijo —respondió don Ramón con orgullo—. Tiene ocho años y sueña con ser mago. Tiene una tarea escolar sobre profesiones, y quiero ayudarlo a aprender.
El anciano sonrió cálidamente.
—Un padre que apoya los sueños de su hijo es un tesoro. Le haré un precio especial.
Cuando el anciano mencionó el precio, don Ramón hizo un cálculo rápido en su cabeza. Si compraba el libro, le quedaría justo lo suficiente para el pasaje de regreso a casa, pero no podría comprar la comida que había planeado comprar para el viaje. Tendría que pasar las dos horas de regreso con hambre.
Pero al pensar en la cara que pondría Pablito al recibir el libro, la decisión fue fácil.
—Lo llevo —dijo con determinación, sacando el dinero de su bolsillo.
El anciano envolvió el libro con cuidado en papel marrón y lo ató con un cordel.
—Este libro está en buenas manos —dijo el librero mientras entregaba el paquete—. Cuide bien de su hijo y de sus sueños.
Don Ramón salió de la librería con el libro bajo el brazo y el corazón lleno. El viaje de regreso fue largo y su estómago gruñó más de una vez, pero cada vez que miraba el paquete envuelto, sonreía. Esto valdría cada momento de incomodidad.
Capítulo 5: La Sorpresa en la Mesita
Aquella noche, cuando don Ramón llegó a casa, encontró a doña Elena preparando la cena en la pequeña cocina. El aroma de sopa caliente llenaba la casa.
—Llegaste, mi amor —dijo ella, dándole un beso en la mejilla—. ¿Cómo te fue en la ciudad?
Don Ramón, con una sonrisa misteriosa, sacó el paquete envuelto de su bolsa.
—Mira lo que conseguí para Pablito.
Cuando doña Elena vio el libro de magia, sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Sabía cuánto habían tenido que sacrificar para comprarlo, conocía a su esposo lo suficientemente bien como para imaginar que probablemente había pasado hambre en el viaje de regreso para poder comprar ese regalo.
—Eres un padre maravilloso —dijo, abrazándolo con fuerza—. Nuestro hijo es tan afortunado de tenerte.
—De tenernos —corrigió don Ramón—. Esto lo hacemos juntos, mi vida. Nuestro hijo se merece esto y mucho más por ser el gran hijo que es.
Esa noche, después de que Pablito se durmiera, don Ramón entró silenciosamente a la habitación de su hijo. Con cuidado, colocó el paquete envuelto sobre la pequeña mesita donde Pablito hacía sus tareas. Luego salió de puntillas, sonriendo en anticipación de la sorpresa del día siguiente.
A la mañana siguiente, Pablito se despertó con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana. Se estiró, bostezó, y estaba a punto de levantarse para prepararse para la escuela cuando algo captó su atención.
En su mesita de tareas había un paquete envuelto en papel marrón. No había estado ahí la noche anterior, estaba seguro de ello.
Con el corazón latiendo rápido, Pablito saltó de la cama y tomó el paquete. Era pesado, rectangular, del tamaño perfecto para un libro. Corrió hacia la cocina, donde su madre ya estaba preparando el desayuno.
—¡Mamita, mamita! —exclamó, casi sin aliento—. ¡Mira lo que había encima de mi mesita!
Doña Elena sonrió con ternura, aunque ya sabía exactamente qué contenía el paquete.
—Eso, mi niño hermoso, es un premio que te mereces por ser un buen hijo y un buen alumno. Ábrelo para que veas qué es.
Con manos temblorosas de emoción, Pablito comenzó a desenvolver cuidadosamente el paquete. Cuando finalmente sostuvo el libro en sus manos y leyó el título en la portada dorada —“El Gran Libro de la Magia: Trucos e Ilusiones para Principiantes”— sus ojos se abrieron tanto que parecían dos lunas llenas.
—¡Es… es un libro de magia! —susurró, casi sin poder creerlo—. ¡Un libro de magia de verdad!
Abrazó a su madre con todas sus fuerzas, saltando de alegría.
—Gracias, gracias, gracias, mamita. ¡Voy a leerlo completo! ¡Voy a aprender todos los trucos! ¡Así voy a poder hacer el mejor trabajo para la señorita Margarita!
Doña Elena le revolvió el cabello con cariño.
—Yo sé que harás un trabajo maravilloso, hijo. Pero primero, a desayunar. No puedes ir a la escuela con el estómago vacío.
Capítulo 6: Días de Práctica
Esa misma tarde, después de regresar de la escuela y terminar toda su tarea, Pablito abrió su libro de magia con reverencia, como si fuera un tesoro sagrado. El libro estaba lleno de ilustraciones detalladas, explicaciones paso a paso de diferentes trucos, y consejos sobre cómo presentarse como un mago profesional.
Pablito leyó sobre trucos de cartas, trucos con monedas, trucos de cuerdas y nudos, y finalmente, llegó a la sección que más le interesaba: los trucos clásicos con sombrero de copa.
—“El truco del conejo en el sombrero” —leyó en voz alta—. “Uno de los trucos más icónicos de la magia clásica…”
Leyó las instrucciones una y otra vez, memorizando cada paso. Por supuesto, no tenía un conejo real ni un sombrero de copa, pero el libro explicaba cómo crear ilusiones similares con materiales que pudiera encontrar en casa.
Durante los siguientes días, Pablito se dedicó completamente a su proyecto. Cada tarde, después de sus tareas escolares, practicaba frente al pequeño espejo de su habitación.
—Damas y caballeros —decía con voz dramática, aunque solo estaba él en la habitación—. Prepárense para presenciar algo extraordinario.
Gesticulaba con las manos, tratando de hacer los movimientos fluidos y naturales. Al principio, era torpe. Se le caían las cosas, sus movimientos eran rígidos, y más de una vez se frustró tanto que quiso rendirse.
Pero cada vez que pensaba en darse por vencido, recordaba a su padre levantándose antes del amanecer para trabajar en su taller, recordaba a su madre manteniendo la casa impecable con amor y paciencia. Si ellos podían trabajar tan duro todos los días, él también podía practicar sus trucos de magia.
Don Ramón y doña Elena observaban discretamente el progreso de su hijo. A veces, desde la puerta entreabierta de su habitación, veían cómo Pablito practicaba una y otra vez el mismo movimiento, con una determinación que llenaba sus corazones de orgullo.
Capítulo 7: La Sorpresa de Mamá
Lo que Pablito no sabía era que doña Elena había estado trabajando en su propio proyecto secreto.
Cada noche, después de que Pablito se dormía, ella sacaba retazos de tela que había estado ahorrando: un pedazo de satén negro que había sobrado de una cortina vieja, un poco de tela brillante que había conseguido en el mercado a muy buen precio, y algunos botones dorados que guardaba desde hacía años.
A la luz tenue de una lámpara, con aguja e hilo, doña Elena cosía con el mismo amor y dedicación con el que preparaba las comidas para su familia. Punto por punto, puntada por puntada, el traje de mago iba tomando forma.
Cosió una capa negra con forro brillante, que podría ondear dramáticamente cuando Pablito se moviera. Adaptó un chaleco viejo de don Ramón, agregándole los botones dorados para que pareciera elegante. Incluso creó una pajarita usando una cinta negra.
El día antes de la presentación en la escuela, el traje estaba completo. Doña Elena lo colgó cuidadosamente en el armario, lista para sorprender a su hijo.
Esa mañana, después del desayuno, doña Elena llamó a Pablito antes de que saliera para la escuela.
—Mira, mi niñito hermoso —dijo con una sonrisa radiante—. Tengo algo que te ayudará a lucirte delante de todo el curso.
Sacó el traje del armario y lo sostuvo frente a Pablito. El niño se quedó completamente inmóvil, con la boca abierta. La capa brillaba bajo la luz de la mañana, los botones dorados relucían, y todo el conjunto parecía salido directamente de las páginas de su libro de magia.
—Mamá… ¿tú… tú hiciste esto? —preguntó con voz temblorosa.
—Con todo mi amor, hijo. Cuando te toque presentar tu trabajo, ponte esta ropita y así te vas a lucir como el gran mago que sé que serás algún día.
Pablito abrazó a su madre con tanta fuerza que casi la derribó. Las lágrimas corrían por sus mejillas, lágrimas de pura gratitud y amor.
—Eres la mejor mamá del mundo entero —susurró.
Doña Elena también tenía los ojos húmedos mientras acariciaba el cabello de su hijo.
—Y tú eres el mejor hijo que una madre podría pedir.
Capítulo 8: El Gran Día
Aquella mañana, Pablito se tomó su desayuno con más cuidado que nunca, asegurándose de no derramar nada en su ropa. Luego se lavó los dientes meticulosamente, se peinó con esmero, y preparó su mochila con todo lo necesario para su presentación.
En una bolsa especial llevaba el traje que su madre había cosido, el libro de magia para referencia, y los elementos que necesitaría para sus trucos. Durante días había estado recolectando y preparando todo: un sombrero viejo que había adaptado, pañuelos de colores que había pedido prestados, y el elemento sorpresa que mantendría en secreto hasta el último momento.
Doña Elena caminó con él hasta la escuela, como hacía cada mañana. En la puerta, se arrodilló para estar a su altura y le acomodó el cuello de la camisa.
—Que te vaya muy bien en tu trabajo —le dijo con ternura—. Sé que te has esmerado mucho, y estoy muy orgullosa de ti, sin importar lo que pase allá adentro.
Le dio un beso en la frente, ese beso especial que le daba fuerza a Pablito para enfrentar cualquier desafío.
—Gracias, mamá. Voy a hacer mi mejor esfuerzo.
Cuando Pablito entró a su sala de clases, algunos de sus compañeros ya estaban allí, todos luciendo un poco nerviosos por las presentaciones del día. Miguel tenía una maqueta de un avión, Lucía había traído fotos de animales, y otros niños tenían carteles y dibujos sobre sus profesiones elegidas.
La señorita Margarita entró con su sonrisa cálida habitual.
—Buenos días, queridos niños —saludó cordialmente.
—Buenos días, señorita Margarita —respondieron los niños al unísono.
Después de pasar lista y repasar las lecciones anteriores, llegó el recreo. Pablito apenas pudo comer su merienda, tan nervioso estaba por su presentación.
Cuando regresaron al salón después del recreo, la señorita Margarita se dirigió a la clase con entusiasmo.
—Bueno, mis queridos pequeños, ahora vamos a revisar las tareas y trabajos que les di. Me gustaría saber si hay algún niño voluntario, o si no, puedo nombrar a alguien para que salga adelante a exponer su trabajo.
Los niños se miraron unos a otros, nerviosos. Nadie quería ser el primero. El silencio llenó el aula.
La señorita Margarita sonrió con comprensión.
—No tengan miedo. Salga quien salga, háganlo sin temor. Todos estamos aquí para aprender y apoyarnos.
En ese momento, Pablito sintió una oleada de coraje. Recordó las manos callosas de su padre trabajando incansablemente, recordó los ojos cansados pero amorosos de su madre cosiendo su traje por las noches, recordó todas las horas que había dedicado a practicar.
Se puso de pie, un poco tímido pero con determinación.
—Señorita, yo quiero salir adelante.
La señorita Margarita sonrió ampliamente.
—Pasa, mi niño hermoso. Te escucharemos con atención.
Capítulo 9: La Magia de Pablito
Pablito tomó su bolsa especial y salió al frente de la clase. Todos los ojos estaban puestos en él. Sentía las mariposas revoloteando en su estómago, pero respiró profundo, tal como había leído en su libro de magia: “Un mago debe mostrar confianza, incluso cuando está nervioso.”
—Señorita Margarita, ¿puedo cambiarme de ropa para mi presentación? —preguntó cortésmente.
—Por supuesto, Pablito. Puedes usar el rincón de lectura.
Detrás de la pequeña biblioteca del salón, Pablito se cambió rápidamente. Cuando salió vestido con su capa negra brillante, su chaleco con botones dorados, y su pajarita, la clase completa soltó un “¡Ohhh!” de asombro.
Incluso la señorita Margarita no pudo evitar sonreír con deleite.
—¡Qué elegante te ves, Pablito!
Pablito hizo una reverencia, tal como había practicado frente al espejo.
—Damas y caballeros —comenzó con voz clara, aunque su corazón latía como un tambor—. Hoy les voy a mostrar por qué quiero ser mago cuando sea grande. La magia es el arte de crear asombro y alegría, y eso es lo que quiero hacer con mi vida.
Sacó su sombrero de copa, que aunque no era nuevo, lo había limpiado y cepillado hasta que quedó presentable. Lo mostró a la señorita Margarita y a sus compañeros, girándolo para que vieran que estaba completamente vacío.
—Como pueden ver, este sombrero está vacío. No hay nada dentro, nada escondido.
Colocó el sombrero boca abajo sobre su escritorio improvisado. Luego sacó una varita mágica que había hecho con un palo pintado de negro y blanco.
—Ahora, con el poder de la magia… —cerró los ojos dramáticamente y agitó la varita—. ¡Abracadabra, pata de cabra, que aparezca lo que se me ocurra!
Dio un golpecito al sombrero con la varita, luego metió la mano dentro y, con un movimiento fluido que había practicado cientos de veces, sacó un conejito de peluche que había mantenido escondido en el compartimento secreto del sombrero.
La clase estalló en aplausos. Los niños gritaban emocionados, la señorita Margarita aplaudía con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Muy bien, Pablito! —exclamó la maestra—. ¡Te felicito! Ahora te puedes sentar. Tienes una excelente nota por tu trabajo.
Pero Pablito levantó la mano.
—Espere un poquito, señorita. Tengo otro número.
La maestra se recostó en su silla, intrigada.
—Bueno, vamos a ver qué más nos tienes preparado.
Pablito volvió a tomar su sombrero. Esta vez, susurró unas palabras mágicas inventadas mientras agitaba su varita en círculos sobre el sombrero. Con un floreo dramático, metió la mano y sacó un ramo de flores de papel que había hecho con su madre la noche anterior. Las flores eran de diferentes colores, cuidadosamente dobladas y pintadas.
—Estas flores —anunció Pablito con una sonrisa— son para usted, señorita Margarita, por ser la mejor maestra del mundo.
Todos los niños se quedaron en silencio por un momento, maravillados, antes de estallar en los aplausos más fuertes de la mañana. La señorita Margarita, con lágrimas de emoción en los ojos, aceptó las flores y abrazó a Pablito.
—Gracias, Pablito. Este es el regalo más hermoso que he recibido de un alumno.
Pablito hizo una reverencia profunda, y sus compañeros continuaron aplaudiendo. Miguel silbó, Lucía gritó “¡Bravo!”, y todos los demás niños se pusieron de pie para darle una ovación.
Capítulo 10: El Regreso Triunfal
Cuando sonó la campana al final del día escolar, Pablito corrió hacia la puerta donde su madre lo esperaba como siempre. Doña Elena vio de inmediato la sonrisa enorme en la cara de su hijo y supo que todo había salido bien.
—Te felicito, hijo —le dijo antes de que él pudiera decir una palabra—. Por tu cara me estás diciendo que te fue muy bien.
—¡Oh, mamita! —exclamó Pablito, saltando de emoción—. ¡La señorita Margarita me puso una excelente nota! ¡Y todos aplaudieron! ¡Y le gustaron las flores que hicimos juntos!
Caminaron de regreso a casa tomados de la mano, con Pablito contando cada detalle de su presentación: cómo había sentido nervios al principio, cómo el traje lo había hecho sentir como un mago de verdad, cómo sus amigos habían reaccionado a sus trucos.
Cuando llegaron a casa, don Ramón acababa de terminar su trabajo del día. Estaba limpiando sus herramientas cuando Pablito entró corriendo al taller.
—¡Papá, papá! —gritó—. ¡Mira mi nota!
Sacó de su mochila un papel donde la señorita Margarita había escrito: “Excelente trabajo. 10/10. Presentación sobresaliente. Sigue tus sueños, Pablito.”
Don Ramón leyó la nota, y una sonrisa orgullosa iluminó su rostro cansado. Dejó a un lado el zapato que estaba arreglando y abrazó a su hijo con fuerza.
—Estoy muy orgulloso de ti, hijo —le dijo con voz emocionada—. Muy, muy orgulloso.
Aquella noche, durante la cena, la familia celebró el éxito de Pablito. Doña Elena había preparado el plato favorito de su hijo, y aunque era una comida sencilla, estaba llena del ingrediente más importante: amor.
—Brindemos —dijo don Ramón, levantando su vaso de agua—. Por Pablito, el futuro gran mago de nuestro país.
Los tres chocaron sus vasos, riendo y disfrutando de ese momento perfecto de felicidad familiar.
Capítulo 11: El Camino del Mago
Después de aquel día exitoso en la escuela, algo cambió en Pablito. Su sueño, que antes era solo una fantasía bonita, ahora se sentía real y alcanzable. Se dedicó con más fervor que nunca a aprender todo lo que pudiera sobre la magia.
Cada vez que don Ramón tenía que ir a la ciudad, buscaba en las librerías algún libro de magia que pudiera comprar para su hijo. A veces eran libros usados, con las páginas un poco amarillentas y las esquinas dobladas, pero para Pablito valían más que el oro.
Pablito leía cada libro de principio a fin, tomaba notas en un cuaderno especial, y practicaba incansablemente. Aprendió trucos de cartas que hacían que los naipes aparecieran y desaparecieran como por arte de magia. Dominó los trucos de monedas, haciendo que una moneda pasara de una mano a otra sin que nadie pudiera ver cómo. Aprendió sobre la importancia de la presentación, de la sonrisa, de la conexión con la audiencia.
Los fines de semana, después de ayudar a su padre en el taller, Pablito practicaba sus rutinas para sus padres, quienes se convirtieron en su audiencia más fiel y sus críticos más constructivos.
—Esa transición entre trucos fue muy fluida —comentaba don Ramón—. Pero recuerda mantener contacto visual con tu audiencia.
—Y sonríe más, hijo —añadía doña Elena—. Tu sonrisa es parte de la magia.
Con el paso de los años, Pablito creció, pero su dedicación a la magia solo se intensificó. En la secundaria, comenzó a hacer pequeñas presentaciones en eventos escolares. En las fiestas del pueblo, ofrecía shows de magia que dejaban a chicos y grandes boquiabiertos.
Su reputación como mago empezó a extenderse más allá de su pequeño pueblo. La gente de los pueblos vecinos comenzó a invitarlo a fiestas de cumpleaños, celebraciones, y eventos comunitarios.
Cada presentación era mejor que la anterior. Pablito había aprendido no solo los trucos de la magia, sino también el verdadero arte de la presentación: cómo crear suspense, cómo leer a su audiencia, cómo hacer que cada persona se sintiera parte del show.
Capítulo 12: El Gran Éxito
Cuando Pablito cumplió dieciocho años, su nombre ya era conocido en toda la región. “Pablito el Magnífico”, lo llamaban, aunque él siempre insistía humildemente: “Solo soy Pablito, el hijo del zapatero.”
Un día, recibió una invitación para presentarse en el teatro principal de la capital del estado. Era la oportunidad más grande de su vida, un escenario donde se presentaban artistas profesionales de todo el país.
La noche de la presentación, el teatro estaba lleno. Cientos de personas habían venido a ver al joven mago del que tanto habían oído hablar. Entre la audiencia, en las mejores butacas que Pablito pudo conseguir, estaban don Ramón y doña Elena, vestidos con sus mejores ropas, sus rostros brillando de orgullo.
Cuando Pablito salió al escenario con su capa ondeando dramáticamente, la audiencia estalló en aplausos. Durante los siguientes sesenta minutos, Pablito realizó una presentación que dejó a todos sin aliento.
Hizo aparecer palomas blancas de la nada, transformó pañuelos en flores vivas, hizo levitar objetos en el aire, y para su acto final, hizo desaparecer y reaparecer a un miembro de la audiencia en cuestión de segundos.
La ovación de pie al final fue atronadora. Flores llovieron sobre el escenario. Los críticos que habían venido escépticos quedaron completamente conquistados.
Aquella noche, Pablito recibió múltiples ofertas: contratos para presentaciones en otras ciudades, invitaciones para aparecer en programas de televisión, propuestas para giras nacionales.
Pero más que cualquier contrato o reconocimiento, lo que Pablito valoró más fueron las palabras de su padre después del show.
—Hijo —le dijo don Ramón con lágrimas en los ojos—, has convertido tus sueños en realidad. Pero lo que más me enorgullece no es tu éxito, sino que nunca olvidaste de dónde vienes, nunca perdiste tu humildad y tu bondad.
Capítulo 13: La Verdadera Magia
Con el éxito llegó el dinero. Pablito comenzó a cobrar por sus presentaciones, y por primera vez en su vida, tenía ingresos significativos. Pero mientras otros en su posición podrían haber gastado el dinero en lujos para sí mismos, Pablito tenía otros planes.
Cada peso que ganaba lo ahorraba cuidadosamente. Vivía de forma modesta, casi tan modesta como cuando era niño, pero ahora con un propósito muy específico en mente.
Mientras tanto, sus padres seguían viviendo en la misma casa pequeña detrás del taller de zapatería. Don Ramón, ahora con más de sesenta años, seguía trabajando de sol a sol. Sus manos, antes tan ágiles, ahora temblaban un poco por los años de trabajo duro. Doña Elena, aunque nunca se quejaba, tenía dolores en la espalda por años de limpiar, cocinar, y cuidar de su familia.
Pablito veía todo esto con amor y gratitud. Nunca olvidaba el libro de magia que su padre había comprado sacrificando su propia comodidad, nunca olvidaba el traje que su madre había cosido con dedos cansados hasta altas horas de la noche.
Un día, después de dos años de ahorrar cada peso que podía, Pablito estaba listo.
Era un domingo, el día sagrado de la familia. Después del almuerzo, Pablito se acercó a sus padres con una sonrisa misteriosa.
—Mamita, papito —les dijo—, necesito que vengan conmigo. Tengo una sorpresa para ustedes.
Don Ramón y doña Elena intercambiaron miradas curiosas pero siguieron a su hijo. Pablito los llevó caminando por las calles del pueblo, más allá de la plaza, hacia un barrio más nuevo donde se habían construido casas recientes.
Se detuvieron frente a una casa hermosa: no era una mansión, pero era mucho más grande y bonita que su hogar actual. Tenía un jardín al frente con flores, ventanas amplias que dejaban entrar mucha luz, y una fachada pintada de un color cálido y acogedor.
—Cierren sus ojitos —les pidió Pablito con emoción apenas contenida—. No los abran hasta que yo les diga.
Don Ramón y doña Elena obedecieron, aunque estaban completamente desconcertados. Pablito los guió por el camino del jardín, abrió la puerta principal, y los llevó al interior de la casa.
—Pueden abrir los ojos —dijo finalmente.
Cuando abrieron los ojos, se encontraron en una sala de estar amplia y luminosa, amueblada con sencillez pero con todo lo necesario para vivir cómodamente. Había un sofá suave, una mesa de comedor de madera, cortinas nuevas en las ventanas, y en la pared, una fotografía enmarcada de los tres juntos.
—Esto… ¿qué es esto? —preguntó doña Elena, su voz temblando.
Pablito tomó las manos de ambos padres.
—Mamita, papito, ustedes se sacrificaron por mí durante toda mi vida. Ustedes se levantaron temprano, trabajaron hasta tarde, se negaron cosas para poder darme a mí. Compraron libros cuando apenas tenían para comer. Cosieron ropa cuando estaban cansados. Nunca dejaron de creer en mis sueños.
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de sus padres.
—Ahora me toca a mí devolverles la mano —continuó Pablito—. Esta casa es suya. La compré con el dinero de mis presentaciones. Aquí hay un taller más grande para ti, papá, donde puedas trabajar sin dolor de espalda. Y hay una cocina espaciosa para ti, mamá, con todos los electrodomésticos que necesitas. Hay un jardín donde pueden sentarse a disfrutar del sol. Y hay espacio para que vivan cómodamente hasta que sus fuerzas y Dios lo permita.
Don Ramón y doña Elena no podían hablar. Las lágrimas les impedían formar palabras. Se abrazaron a su hijo, los tres formando un círculo de amor y gratitud.
—No… no merecemos esto —logró decir finalmente don Ramón.
—Se merecen esto y mucho más —respondió Pablito con firmeza—. Ustedes me dieron todo. Me dieron amor, apoyo, educación, y fe en mis sueños. Esta casa es solo una pequeña muestra de mi agradecimiento.
Se quedaron abrazados durante largo tiempo, llorando lágrimas de felicidad, de gratitud, de amor puro.
Epílogo: La Magia del Amor
Años después, Pablito se había convertido en uno de los magos más famosos del país. Había aparecido en televisión, había llenado teatros en ciudades grandes y pequeñas, había ganado premios y reconocimientos. Pero cuando le preguntaban cuál había sido su mejor actuación, siempre contaba la misma historia:
—Mi mejor actuación fue cuando tenía ocho años, en un salón de clases de mi pequeño pueblo, delante de mi maestra y mis compañeros, vestido con un traje que mi mamá había cosido con amor y usando trucos que había aprendido de un libro que mi papá compró sacrificando su propia comodidad.
Don Ramón y doña Elena vivieron muchos años felices en su nueva casa. Don Ramón continuó trabajando en su taller, pero ahora por placer, no por necesidad, arreglando zapatos para vecinos y amigos. Doña Elena cultivaba el jardín más hermoso del vecindario y recibía visitas de todas las señoras del pueblo que venían a tomar té y a escuchar historias de Pablito.
Y Pablito, sin importar cuán famoso se volviera, nunca olvidó sus raíces. Cada presentación la dedicaba a sus padres. En cada entrevista, contaba la historia del zapatero y la costurera que habían creído en los sueños de su hijo.
La verdadera magia, había aprendido Pablito, no estaba en los trucos ni en las ilusiones. La verdadera magia estaba en el amor incondicional de una familia, en el sacrificio de unos padres por su hijo, y en la gratitud de un hijo que nunca olvidó de dónde venía.
Lección
La historia de Pablito nos enseña verdades profundas sobre la familia, el esfuerzo y la gratitud:
El amor de los padres es el mayor regalo. Don Ramón y doña Elena no tenían riquezas materiales, pero le dieron a Pablito algo mucho más valioso: amor incondicional, apoyo a sus sueños, y el ejemplo de una vida de trabajo honesto y dedicado.
Los sueños requieren esfuerzo y sacrificio. Pablito no se convirtió en un gran mago solo por desearlo. Practicó incansablemente, estudió con dedicación, y nunca se rindió, incluso cuando era difícil. El éxito es el resultado del trabajo constante.
La gratitud debe demostrarse con acciones. Pablito no solo agradeció a sus padres con palabras, sino con acciones concretas. Reconoció su sacrificio y, cuando pudo, les devolvió multiplicado todo lo que ellos le habían dado.
El verdadero éxito incluye a quienes nos ayudaron. Pablito podría haber disfrutado solo de su éxito, pero entendió que su logro era también el logro de sus padres. Compartir la felicidad multiplica su valor.
Los valores se transmiten con el ejemplo. Don Ramón no solo le enseñó a Pablito sobre zapatería, le enseñó sobre dedicación, calidad en el trabajo, y servicio a los demás. Doña Elena no solo le cocinaba y limpiaba, le mostraba qué significa el amor desinteresado. Estos valores fueron la verdadera herencia de Pablito.
La humildad es esencial, sin importar el éxito. A pesar de convertirse en un mago famoso, Pablito nunca olvidó sus orígenes humildes. Esta humildad lo mantuvo conectado con lo que realmente importaba: las personas y las relaciones.
Nunca es tarde para honrar a quienes nos han ayudado. La historia nos recuerda que debemos expresar gratitud y amor hacia nuestros padres y seres queridos no solo cuando somos niños, sino a lo largo de toda nuestra vida.
Que la historia de Pablito nos inspire a perseguir nuestros sueños con determinación, a valorar el sacrificio de quienes nos aman, y a nunca olvidar de dónde venimos. La verdadera magia de la vida no está en los trucos de ilusionismo, sino en el amor que compartimos y en la gratitud que demostramos hacia quienes han hecho posibles nuestros sueños.